lunes, 29 de septiembre de 2014

BROILO NUNCA SUPO NUESTROS NOMBRES


De Broilo nunca se supo nada más desde el 86, que yo recuerde. Aquella bajada de la calle de la plaza; aquel antro, hogar pequeñísimo del patriarca y de su indeterminada familia; y la pared de enfrente donde el hombre pequeño Vita-Vita se asustó al ver una vez una lagartija en plena noche de verano del 82 en nuestra presencia…, aquellas cosas son irrepetibles. Y de aquello, como otras pequeñas cosas de la vida en Almendralejo, nunca se supo nada más.
Broilo, ese hombre orondo en blanco y negro con cara de mafioso americano, que, sin embargo, rezumaba bondad en su pose, se sentaba en la puerta de La Mansión de los Plaff (que así apodamos al antro donde vivía), en camiseta de tiranta. Siempre resoplando por su gordura, miraba a los lados con aires de dragón de Comodo. La imagen de Broilo desparramado en su silla de enea se me vino a la cabeza  estos días atrás, después de que mi hijo Julio pronunciara una de sus palabras inventadas: esquilolio. Imagino que la cacofonía provocó la semejanza. Fue automático: esquilolio/Broilo.
Pero, ¿quiénes fuimos nosotros para Broilo? ¿Quiénes fuimos para él esos tres mozalbetes raros (dos mellizos y un normal) en zapatillas blancas de deporte, que pasaban a diario rumbo al parque? Quiero imaginar lo que rondaría por su cabeza cada noche de verano cuando nos viera pasar por su casa mirándola, cuchicheando, hablando en fou, disparatando… Yo creo que para Broilo también nosotros fuimos personajes, aunque aquel pobre hombre ni sabía nuestros nombres. Tampoco nosotros tuvimos nunca la delicadeza de haberle preguntado el suyo.